viernes, 27 de noviembre de 2009

EN EL PORTAL DE BELEN (Recuerdos de la Navidad en mi infancia)

Mis fantasmas,aunque ocultos en los pliegues de la memoria, no son invisibles. puedo distinguir perfectamente sus ojos abiertos de par en par en la distancia de los años. Mi infancia fue solitaria, pero sobre todo silenciosa. Y cuando el silencio se instala en un cuerpo es muy difícil expulsarlo. Un proverbio judío sentencia: "Hay que guardarse bien del agua silenciosa, de un perro silencioso, y de un enemigo silencioso". En realidad, a menudo me encuentro añorando el sigilo de las tardes de verano o la quietud de las Navidades ante el fuego en casa de la madrina.
Ninguno de los libros que he leído, nadie que haya conocido, me ha podido hacer olvidar aquel silencio sincero y terrible, amplio y acogedor, sencillo y feliz, de mi infancia.
El deseo de escribir solo esconde las ganas de guarecerme nuevamente bajo un gran silencio, La certeza de constatar que todos los que hablan se equivocan. El asco que me producen algunas palabras.
No hay nadie que sea feliz, porque el mar de silencios ahoga esta posibilidad. Convertido en una persona aislada y taciturna, busco con desasosiego el silencio que esconde cada palabra, la quietud en el fondo de las expresiones, la tranquilidad bajo el griterío con que nuestra cultura ha transformado la vida, quizás como una manera de recuperar aquel compás de espera. En fiestas huyo de la ciudad persiguiendo la placidez del mar.
No escucho palabras en la memoria, no recuerdo sonidos, ninguna música me evoca nada (mucho menos los villancicos), únicamente constato la persistente presencia de un vacío cruel y plácido que a menudo evoco en silencio, porque no hay nada que incite mas al calma que un reloj parado, un reloj adormecido.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

SEGUIMOS CON LA NAVIDAD (Todos los años lo mismo)

La Navidad es, como otros periodos de vacaciones o fiestas religiosas (amen) o conmemoraciones
colectivas, una especie de agujero negro del calendario que expande una gran energía centrípeta.
El tiempo se para y podemos vivir eternamente cada instante. Se reproduce aquella sensación de las vacaciones de la infancia en las que el destino quedaba suspendido entre dos periodos de estudio. Cada mañana, cuando me levanto y contemplo el horizonte infinito de tiempo que me espera en la cocina al preparar el desayuno, experimento una especie de conversión religiosa. Una devoción desenfrenada de libertad, una observancia seductora, un dogma de miel. El ocio es quizás una de las ultimas experiencias místicas que nos podemos permitir en este nuevo milenio. Por Navidad la conciencia de nuestra imagen corporal se diluye y se nos endulzan las facciones. Algunos adoptan la apariencia de un niño gordito de unos doce años que juega a las canicas en medio de una plaza rectangular perfectamente delimitada por cuatro filas de moreras. De repente, nos dejamos llevar por una fuerza que nos comina a observar una reverencia desacostumbrada ante los monólogos de nuestros padres, sobre todo en los banquetes familiares. Nuestra esposa se convierte en una nueva madre, siempre solicita y cruel.
Me encuentro como si nunca hubiera dejado de ser aquel niño ridículo, muy ingenuo, que no quería ser compadecido, pese a que no le faltaban razones. En el fondo me parece haber cambiado tan poco, que esta sucesión de silencios que llamamos tiempo se convierte en el verdadero espejismo. El mismo paisaje, parecidos deseos, mas miedos y la insoslayable certeza de que nunca conseguiré librarme del todo de este niño con cara risueña y una salud endeble.
CONTINUARA

lunes, 16 de noviembre de 2009

YA VIENEN LOS REYES

La Navidad es una época extraña. Como cada año, cuando acaba el calendario comienza a precipitarse un alud de emociones que ahoga la consciencia y nos deja indefensos ante la retahíla de tópicos que se destapan en esta época. Del saco de Santa Claus (maldito yankie), como de la caja de Pandora, salen todo tipo de males que se esparcen por la Tierra: comidas pantagruélicas que reunen a toda la familia bajo un mismo techo, un delirio consunista insoportable, la zafia excrecencia de bondad sintética y una especie de maleficio que me obliga a rememorar el pasado sin querer. La Navidad es una fiesta para intentar rehuir la soledad substancial de la vida. Un remedio inconsistente trenzado de caricias y halagos que no tiene suficiente fuerza para ocultar el abandono de la existencia.
Josep Muñoz Redon

viernes, 6 de noviembre de 2009

TEODORO NILSTROM

Teodoro no era agradable a la vista, su sola visión no gustaba a nadie, ni siquiera a sus familiares hasta segundo grado de consanguinidad. Su nariz respingona se alzaba muy por encima de su frente de cochinillo. Su anormalmente elástica piel de color verdoso era lo bastante gruesa como para dedicarse a la política sin afectarle lo mas mínimo.
Era así porque hacia millones de años, cuando sus antepasados salieron de los primitivos mares (mas bien de ciénagas estancadas) y se tumbaron jadeantes en las playas vírgenes del planeta... Cuando los primeros rayos de sol iluminaron aquellos cuerpos, fue como si las fuerzas de la evolución los hubiera abandonado allí mismo, volviéndoles la espalda, disgustados y olvidandolos como a un error repugnante y lamentable. Algunos de ellos no volvieron a evolucionar, algunos incluso no debieron haber sobrevivido. Teodoro era una muestra de ello.
El hecho de que sobrevivieran es una especie de tributo a la obstinación, a la fuerza voluntad, a la deformación cerebral y sobretodo a la demencia que habitaba en los cerebros de tales criaturas. ¿Evolución? Se dijeron ellos mismos. ¿Quien la necesita? Y lo que la naturaleza se negó a hacer por ello, lo hicieron por si mismos hasta que pudieron rectificar las groseras inconveniencias anatómicas por medio de la cirugía. Pero mientras esperaban, los antepasados de Teodoro se dedicaron a capturar, esclavizar y matar a otros humanos. Luego descubrieron el valor de la educación, así fue como comenzaron a presentarse con su nombre de pila y los apellidos maternos antes de matarlos. Mas tarde, con el tiempo, cansados de tanta rutina asesina, trataron de adquirir conocimientos, intentaron alcanzar estilo y elegancia social, pero en muchos aspectos todos los Nilstrom modernos se diferenciaban muy poco de sus ancestros primitivos. Teodoro era un Nilstrom de lo mas típico, en el sentido en que era absolutamente vil y siempre había odiado comer en cuclillas.
T.Flywheel

lunes, 2 de noviembre de 2009

SIN TITULO (no se me ocurre ninguno)

Todo el asunto de los esqueletos fosilizados de dinosaurios, es un chiste que los paleontólogos no acaban de coger.

T.Flywheel