La Navidad es, como otros periodos de vacaciones o fiestas religiosas (amen) o conmemoraciones
 colectivas, una especie de agujero negro del calendario que expande una gran energía centrípeta.
El tiempo se para y podemos vivir eternamente cada instante. Se reproduce aquella sensación de las vacaciones de la infancia en las que el destino quedaba suspendido entre dos periodos de estudio. Cada mañana, cuando me levanto y contemplo el horizonte infinito de tiempo que me espera en la cocina al preparar el desayuno, experimento una especie de conversión religiosa. Una devoción desenfrenada de libertad, una observancia seductora, un dogma de miel. El ocio es quizás una de las ultimas experiencias místicas que nos podemos permitir en este nuevo milenio. Por Navidad la conciencia de nuestra imagen corporal se diluye y se nos endulzan las facciones. Algunos adoptan la apariencia de un niño gordito de unos doce años que juega a las canicas en medio de una plaza rectangular perfectamente delimitada por cuatro filas de moreras. De repente, nos dejamos llevar por una fuerza que nos comina a observar una reverencia desacostumbrada ante los monólogos de nuestros padres, sobre todo en los banquetes familiares. Nuestra esposa se convierte en una nueva madre, siempre solicita y cruel.
Me encuentro como si nunca hubiera dejado de ser aquel niño ridículo, muy ingenuo, que no quería ser compadecido, pese a que no le faltaban razones. En el fondo me parece haber cambiado tan poco, que esta sucesión de silencios que llamamos tiempo se convierte en el verdadero espejismo. El mismo paisaje, parecidos deseos, mas miedos y la insoslayable certeza de que nunca conseguiré librarme del todo de este niño con cara risueña y una salud endeble.
CONTINUARA
Caramba, Fly, escribes muy bien.
ResponderEliminarGracias Paula. Tu comentario sobre el anterior texto de la Navidad me ha empujado a escribir este, pero (tiembla) aun me queda para otro, jou,jou,jou (risa de un vil Papa Noel).
ResponderEliminarGracias.
Flywheel