Pero peor que las raciones de paella, son los bocadillos. En España persiste la sensación de que preparar un bocadillo interesante, atractivo o apetitoso es algo pecaminoso que solo se hace en algunos remotos lugares de la Tierra. "Que sean secos", es la consigna oculta en alguna parte de la conciencia del personal que allí trabaja, "que sean como de goma". Si queréis que los puñeteros bocadillos estén frescos y jugosos, pues ponedlos a remojo imbéciles.
Tomando bocadillos en estos autoservicios de la autopista, es como algunos españoles intentan expiar sus pecados, cualesquiera que sean. No tienen nada claro que clase de pecados son, y tampoco quieren saberlo. Ese es el tipo de cosas que uno no quiere saber. Pero que sean los que sean, quedan ampliamente purgados por los bocadillos que se obligan a comer. Seria fácil comparar en este caso, las autopistas españolas con el camino de Santiago pero para ateos. Pero si hay algo peor que los bocadillos, es la carne misteriosa de los viernes y que por regla general siempre se encuentra a su lado. Diminutos trozos de algún material orgánico de procedencia animal aunque desconocido y en algún caso (me atrevo a decir) extintos. Guisos sin alegría, llenos de cartílagos, que flotan en un mar de algo caliente y triste. En algunos casos van señalados con un cartelito que los ofrece como sugerencia del chef. Podría pensarse que de algún cocinero que lo probo y olvido las ganas de vivir y que murió en su casa olvidado, rodeado de sus gatos, con claros síntomas de síndrome de Diogenes y debiendo cuatro meses de alquiler.
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